jueves, 6 de febrero de 2014

ARTÍCULO PEDAGÓGICO

Para empezar, debería definir qué es la pedagogía, que no es ni más ni menos que la ciencia que tiene como objeto de estudio a la educación.
Si yo fuese un profesor, para que mis clases fuesen más productivas las daría con cierto tono humorístico, pero marcando muy bien los límites para que los alumnos no se me subiesen a la chepa. Para que usasen la memoria, llevaría de vez en cuando presentaciones de diapositivas con imágenes muy claras y esquemáticas para que se les quedasen grabadas en la mente, ya que en más de un examen nos acordamos de la fotografía que hay al lado de la teoría, pero no del texto. Tampoco me tiraría toda la clase hablando sólo, haciendo un monólogo en el que los alumnos se duerman; los haría partícipes, preguntándoles y ayudándolos a razonar para que se diesen cuenta por ellos mismos de las cosas que explico, haciendo que lo repitan una y otra vez hasta que puedan hacerlo solos y, entonces, premiarles de alguna manera, como por ejemplo, viendo una película que ilustre lo aprendido.

Para los rezagados que sigan pasando de mi absolutamente, les daría un modelo a seguir, un personaje que merezca la pena imitar porque sea una buena influencia, o alguien importante que haya contribuido a la historia de alguna manera, incitándolos a que tuvieses algún delirio de grandeza que les empuje a luchar por sacar una buena nota, o para aprobar, sencillamente. Y, si aún así me ignoran, buscaría alguna motivación para que la estudiasen, como es el maravilloso verano que uno disfruta si no tiene nada que estudiar para recuperar en septiembre. La principal motivación de los adolescentes de hoy en día es esa: estudiamos para disfrutar del verano. Y así, de una manera o de otra, conseguir que los alumnos disfruten aprendiendo y sepan que les será de utilidad para algo en un futuro no muy lejano.